Siempre me siento en paz conmigo mismo cuando estoy en un lugar alejado de la civilización, en silencio, de noche, contemplando plácidamente las estrellas. Solo o acompañado. Con una cerveza en la mano, o con una cámara de fotos, o simplemente con nada, vigilando el cielo únicamente por placer. Y eso que es una cosa que hace mucho tiempo que no hago.
Y es que hace mucho tiempo que no me paro a mirar al firmamento como a mi me gusta. Desde un pueblo se hace difícil por la contaminación lumínica (aún mayor en una ciudad). Pero en el medio del campo, o en la playa, o mucho mejor, en la montaña, aún podemos darnos un baño de estrellas, mirarlas en todo su esplendor. Pequeñas luces que viajan por el espacio desde lugares lejanos para poder ser observadas por nuestros pequeños y limitados ojos.
Aún recuerdo aquella vez que miré a la noche a la cara en la Sierra de los Filabres (Almería), a unos 1200 metros de altura. Un cielo despejado de nubes y cargado de luces. ¿Alguien me creería si dijera que se podían ver galaxias a simple vista? Probablemente no (pero es verdad). También recuerdo las noches que en cubierta, paseando por un crucero con Deli, nos deteníamos en la proa del barco a disfrutar de un cielo brillante alejado de las luces continentales (vale, suena a Titanic, pero también es verdad). Pero el recuerdo más entrañable y que más me satisface es el de aquellas noches de verano, en las que a última hora de la noche, después de que mi padre viniera del trabajo y cenara (el trabajaba y sus pequeños disfrutaban de casa en la playa), toda la familia nos poníamos a contar estrellas. Mi hermano y yo compartíamos la hamaca con mi padre. Cada uno a un lado. Siempre empezábamos a contar estrellas con muchas ganas, y siempre acabábamos durmiendo en sus brazos.
Aún siendo un aficionado, el espacio en sí me causa fascinación. Una fascinación tal que me ha condicionado mucho en mis gustos, creencias y valores; dicho desde un punto «friki» (como aficionado a comics, literatura y cine de ciencia ficción), un punto curioso (consumo toda noticia, revista, web o documental que se me pone a tiro) y un punto ético (somos una minúscula particularidad creada por azar en medio de una inmensidad que nos sobrepasa).
A día de hoy, en ocasiones, si la noche lo permite porque el cielo está despejado y si las tareas domésticas las dejamos de lado, salgo al patio de mi casa, con el móvil en mano y la aplicación Google Sky para ver qué estrellas, planetas o satélites están a nuestra vista. A lo mejor me tiro unos minutos embelesado con el espectáculo nocturno, pero por unos instantes me traslado a mi infancia y eso me reconforta. Me sienta bien.
El espacio, la última frontera.
No se pero cuando veo el cielo miro historias que salen de mi imaginación, es algo único además de que me dan ganas de llorar de tanta belleza y cada estrella tiene una historia (almenos es lo que yo pienso)