La Semana Santa es un periodo muy importante para España, tanto cultural como económicamente, tanto desde la vivencia personal de la Fe, como desde la vivencia, también personal, del ocio y el disfrute lúdico-festivo. Lo que hace unos siglos comenzó como la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, hoy día sirve de importante estímulo para la economía de nuestro país, bien por las procesiones de elevado interés histórico, bien por el periodo vacacional que se disfruta prácticamente en todo el mundo, bien porque el tiempo invita a salir a la calle. Lo que me llama la atención es que paradójicamente la Semana Santa se ha tornando en Semana Laica.
Nuestro mayores nos han contado que en la Semana Santa de cuando eran jóvenes no se escuchaba la radio, no se veía la tele y en los cines solo se proyectaban películas de romanos (qué mal lo pasaría yo sin todo eso). Las procesiones eran el principal evento de sus ciudades en esa época y había que ir a ellas con la ropa de los domingos. Hoy día es raro ver alguna reposición de Ben-Hur o de Quo-Vadis entre tanto Sálvame o Mujereshombresyrebonicosyviceversa; hoy nos encontramos a Paquirrín tomando un rebujito en el balcón mientras pasa ante él Nuestra Señora de la Esperanza de Triana; hoy nos encontramos procesiones por paseos marítimos de nuestros pueblos que son contempladas con curiosidad por turistas extranjeros provistos de bañador, gorro mejicano, gafas de sol y cremita protectora.
Hay quien se llena la boca acerca de la pérdida de los valores cristianos de la sociedad actual. Hay quien piensa que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Hay quien cree que todo el mundo debería tener sus mismas creencias y vivir la Fe de igual modo. Pero todos estos son menos. Cada vez menos. Porque lo que nuestra sociedad ha experimentado, casi sin enterarse, ha sido un importante cambio de paradigma, del que después de más de treinta años de libertad y democracia, con sus luces y sus sombras, podemos hacer lo que queramos con nuestras vidas, con nuestras ideas y con nuestro tiempo, siempre desde el respeto al otro, a sus diferencias, a sus creencias, a sus usos y costumbres.
La sociedad ha sido capaz de ubicar la Fe en el ámbito de lo personal. Y aún así muchas son las personas que viven su día a través de la Fe, la cual les aporta razón por la que vivir y les sirve como vía para alcanzar su felicidad. Y muchas de estas además contribuyen a que las personas de su entorno puedan vivir más dignamente, a través de su voluntariado, trabajo o donativos, todos ellos desinteresados.
Con el devenir del tiempo la humanidad ha avanzado más en tres siglos con la Ciencia que en cuarenta con la Fe, pero qué necesidad hay de desentenderse de ella. Aunque a mucho «progre-guay» le sale urticaria con tan sólo escuchar la palabra Fe, entendida como un conjunto de creencias, la Fe es otra vía más para buscar la mejor versión de nosotros mismos, siempre que no se profese una Fe intransigente y que busque la eliminación del distinto. Ya sea cristiana, budista, hinduista o jedi, la Fe es la excusa que nos ponemos nosotros mismos para escucharnos desde nuestro interior y así poder darle un sentido a nuestra vida. Por eso, incluso siendo laico, se tiene Fe.
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