En ocasiones creo que el paso del tiempo me va volviendo un tanto huraño, puesto que cada vez siento con mayor frecuencia que el cuerpo me pide bajarme del fugaz tren de la vida en el primer apeadero solitario que encuentro, para poner un punto y seguido a mi vida. No pensar en nada. Tomar aire. Sentirme vivo.
Nuestras vidas son toda una gymkana diaria, llena de pruebas que sortear: levántate, levántalos, dúchate, vístete, vístelos, desayuna, que desayunen, el colegio, el trabajo, atender al jefe, atender al jefe del jefe, atender al compañero bueno, atender al compañero no tan bueno, come, trabaja, atiende el teléfono, atiende el e-mail, sal del trabajo, conduce, recoge chiquillos, llévalos a actividades extraescolares, llega a casa, atiende a la casa, haz la cena, lee con peques, acuesta peques, atiende más casa, etc. En definitiva, son vidas llenas de actividades dedicadas a los demás. Pero, ¿cuántas de ellas están dedicadas a uno mismo?
En la estresante vida occidental, el tren de la vida va muy rápido, tanto que no nos damos cuenta del camino que recorremos. La velocidad del tren nos impide ver con nitidez las imágenes que muestran sus ventanas. Cuando venimos a darnos cuenta estamos en un lugar en el cual no sabemos si realmente queremos estar, o lo que es peor, ni si quiera nos hemos planteado si queremos estar en el lugar donde hemos llegado. Qué locura.
Yo cuento con «el sitio de mi recreo», ese «lugar donde nos llevó la imaginación, donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos», como cantaba Antonio Vega. En él encuentro el refugio donde poder quedar en paz con el mundo durante dos sencillos minutos, sintiendo cómo el aire fluye por mi nariz y demás vías respiratorias, lo que me da vida. El silencio me ayuda a estar mejor. El ejercicio, un buen libro, una buena serie, un hobby, la compañía de tus seres queridos son necesarios. Pero ese rato que pasas contigo en silencio te recompone el alma. Te pone las alas sin necesidad de beber sustancias raras con sabor a jarabe. Abandona tus pensamientos del día a día tan sólo un simple momento. Párate. Relájate. Escúchate. Siente. Vive.
Actualmente hay muchas técnicas para cuidar al yo: meditación, mindfulness (conciencia plena), yoga, psicoanálisis, ir a misa… cada cual puede buscar la que mejor le vaya, que para gustos, colores. Hoy por hoy a mí me basta con ese pequeño momento del día en el que estoy a solas conmigo. Me permito deshacerme de los pensamientos negativos e intento imprimir una sonrisa en mi cara. Aunque una cosa te digo, tu que me lees, tampoco uno está hecho un cascabel todos los días, si bien cuento con el placer de rodearme de personas maravillosas todos los días, y eso ayuda, y mucho.
No todo el mundo tiene la suerte que tienes tú, que viajas en un cómodo AVE. La mayor parte de los habitantes de este mundo, por desgracia viajan en un pesado y viejo tren de vapor, que transcurre por vías oxidadas al compas de un ensordecedor «chuf-chuf». A veces incluso parece que su tren no se mueve. A esta gente no la verás en la calle. No le harás mucho caso cuando salgan por los telediarios. Son personas que lo único que tienen en mente es el día de hoy. Qué van a comer. Qué van a llevar a sus hijos. Cuánto durará la guerra. Vivirán mañana.
Por ello debes aprovechar tu vida. Debes buscar la mejor versión de ti mismo. Debes sacarle partido a tu yo. Sintiéndote mejor, podrás ser mejor persona, podrás ayudar a quien te rodea y te ayudarás a ti. Eres una persona privilegiada. Si me has leído, si has llegado hasta aquí, hazme un poco de caso. Dedícate un par de minutos al día. Pon el freno a tu tren y baja a un tranquilo apeadero donde poder pensar en paz. Es bueno. Es fácil. Es sencillo. Es gratis.
0 comments on “El sitio de mi recreo.”