Un verano más. Un año más. Continuemos llenando nuestra mochila de vivencias, de pesares y de alegrías. Hoy es un cuatro de agosto en el que nuevamente me hago un año más viejo. Aunque con treinta y ocho años recién cumplidos es toda una osadía hablar de vejez. Dejémoslo en que solo es un decir.
Cumplidos los treinta y ocho años, pongo la mirada atrás, recorriendo el año de mis treinta y siete que dejo. Hago balance y puedo decir que ha sido bueno. De hecho, llevo encadenados un par de años que han sido muy buenos, llenos de novedades y alegrías. El detonante fue la llegada a mi vida del pequeño de la casa. Desde entonces mi familia respira feliz. Pese al ajetreo que supone el día a día (colegio, trabajo, gastos, bancos, impuestos, el no me llega…), en el ambiente se respira felicidad. Y eso es bueno. Se agradece.
Atrás quedan aquellos años oscuros y tristes de pérdidas de personas muy queridas a las que nunca olvidaré y por las que todos los días doy gracias por haberlas tenido en mi vida. Pérdidas todas ellas muy dolorosas que dejaron en simples lamentaciones otras desagradables situaciones personales por las que también atravesé junto con mi mujer. Años que no olvidaremos, pero sí que hemos superado. Con constancia, dejando el miedo al lado, abriendo la mente a nuevas posibilidades y, ante todo, entendiendo que todo pasa, y que las cosas buenas de la vida hay que propiciarlas y no esperar a que lleguen a nosotros, aunque parezca que todo esta en nuestra contra.
Hay quien dice que la suerte no existe. Que las cosas suceden porque las provocamos. El destino no existe. Vale con ellos. Pero en física, en matemáticas y también en la vida existe el azar. Y el azar en ocasiones parece que caprichosamente se ceba acercando desgracias a las personas, una detrás de otra.
Pongamos un ejemplo que seguro tu has conocido o vivido en primera persona: una persona se accidenta, durante su recuperación se vuelve a accidentar, cuando va a recuperarse a su hijo le ocurre un accidente en el parque, y cuando se va a curar le diagnostican una enfermedad grave, y después otra desgracia, y otra, y otra… buff… un no parar. ¿Ante un caso así que se hace? Pues no queda otra que digerir la situación, atravesar la tempestad sin bajar la guardia y sin caer en el desaliento, esperar a que amaine la tormenta. Tal vez vuelva la calma y entonces será cuando podamos llegar al destino que queríamos. Y una vez lleguemos a nuestro destino nos dedicaremos a preparar nuestro barco para afrontar todas las tormentas que el azar nos traiga.
En la vida todo se repite. Hoy estoy bien. Mañana yo qué se. Así que aprovecharé mis treinta y ocho años. Vamos a por los treinta y nueve. Y si viene una tormenta, tendré preparado mi barco.
De regalo el video de una vida resumida en minutos con el arte y la magia de Pixar y Michael Giacchino.
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