Nadar. Este verano tocaba nadar. Tocaba «no hacer nada».
Únicamente me apetecía tumbarme en la playa bajo una sombrilla, contemplar cómo los barcos de vela se paseaban con calma por el horizonte, escuchar el rumor de las olas, saborear la sal que traía la fresca brisa marina y, dando paso al homínido de género masculino que llevo dentro, por qué no, rascarme plácidamente ciertas santas partes. No era pedir mucho.
Además, a la par de que holgazaneara y rascara, también esperaba sacar tiempo para leer. Tenía un par de lecturas preparadas para este verano en mi Kindle. Por un lado tenía a Pérez-Reverte contando batallitas y por otro lado a Julia Navarro con su dispara que me han matado (o algo así). Lecturas que iba a compaginar con unos cuantos comics de Marvel, otros de DC, y todo ello sin dejar de lado mis redes sociales y diarios digitales de cabecera.
En definitiva, me veía viviendo unas vacaciones tranquilas, aderezadas con la cervecita o vermú de mediodía, con la siesta, con la vida contemplativa y con la mente en modo stand by. En un mundo idílico, este verano se anunciaba como toda una auténtica experiencia perruna. Iba a nadar y mucho.
Menos mal que comparto mi vida con una mujer inquieta (aunque aficionada a las buenas siestas) y con un pequeño que demanda entretenimiento (también aficionado a las buenas siestas). Y nadar, lo que yo digo nadar, con ellos iba a nadar poco.
Así que gracias a ellos, si bien no me he tumbado en la playa a ver pasar la vida, he chapoteado en el agua y construido efímeros castillos de arena con mi pequeño. He paseado por bonitos lugares cogido de la mano de mi hijo y disfrutado de su ininterrumpida conversación llena de «por quééés» y de «entonsses». He compartido sonrisas y confidentes miradas con mi mujer. He viajado en un coche lleno de maletas, gps, buena música y risas. He disfrutado de la compañía de familiares y grandes amigos. He conocido lugares en los que no había estado nunca. He bebido y comido bien. Incluso he podido leer al menos uno de los dos libros, aprovechando la hora de la siesta de mis dos personas favoritas. Pero lo mejor, he disfrutado de ver feliz y relajada a mi mujer en sus vacaciones, que después de doce años juntos, nunca había tenido.
Así que nadar, lo que se dice nadar, he nadado poco. Pero firmaba por otras vacaciones tan buenas como estas.
No hay nada como tener tiempo para disfrutar de la familia, sin prisas, sin horarios y sin rutina. Un saludo.