Pues ante todo un genial personaje de televisión. Un icono televisivo de los últimos años. Desde que se fuera Cary Grant de las pantallas, no había visto a un personaje con tanta elegancia y clase ante una cámara. Ya vaya ataviado con un buen traje o con un ajustado bañador sesentero, ya esté fumando un Lucky Strike o bebiendo un copazo de whisky, ya acuda al trabajo en tren de cercanías o conduciendo un cochazo, Don Draper parece sacado de una revista de moda. Un hombre de los de pelo en pecho, que más tiene que ver con nuestros abuelos, que con nuestros jóvenes metrosexuales depilados hasta el ojal.
Claro que, para ser ese gran personaje, Don Draper cuenta con la afinada maquinaria de toda una buena producción televisiva: «MAD MEN«. Qué gran serie. Qué buenos personajes secundarios (mis favoritos son la tenaz Peggy Olson y el siempre divertido y ácido Roger Sterling). Qué trabajados guiones (mira que me reí con el episodio del tractor John Deere). Y qué lujosa estética sesentera, tan sumamente cuidada, que embellece a la serie plano tras plano (toda la serie parece un anuncio de Martini).
También llamado Dick Whitman, Don Draper intenta saber quién es Don Draper durante las siete temporadas con las que cuenta la serie. Con un pasado muy triste, que le ha marcado profundamente su forma de ser, es un alto ejecutivo de éxito, situado en la cresta de la ola, justo en la flor de su vida. Desempeña el puesto de Director Creativo en una importante agencia publicitaria de Manhattan a comienzos de los años sesenta. Y además lo tiene todo: es guapo, elegante, encantador (con quien quiere), casado con mujer de anuncio, con buenos hijos, casa de ensueño, buen coche, un trabajo fascinante y, en definitiva, un estatus que más de uno habría querido tener en la época por la que transcurre la serie.
Pero el señor Draper, llamémosle Don en adelante (a estas alturas ya es amigo mío), por tener, también tiene un instinto autodestructivo que le lleva a tensar la cuerda más de una vez: es todo un mujeriego, un machista, un cínico, un mentiroso, un alcohólico y, en ocasiones, hasta un nihilista. Un instinto dañino y descontrolado contra el que tendrá que luchar durante toda la serie e intentar salir a flote. De hecho, como espectador, en mas de una ocasión te planteas si Don es un cobarde, un tonto o las dos cosas a la vez. «No lo hagas, Don», te dices una y otra vez.
Pese a ello, lo que hace interesante al personaje es su lado bueno, que lo tiene: no juzga y es generoso con la gente que le rodea. Ayuda a mucha gente de forma desinteresada. Trata bien a sus hijos, y, aunque no lo parezca, a su manera quiere a su mujer (primera y segunda). Pero ante todo es un creativo, una persona ingeniosa, todo un encantador de serpientes, y cuenta con la capacidad de salir de cualquier pozo por tenebroso que sea. Por muy grande que sea el golpe, Don se recupera y sale más fuerte.
Muchos podemos vernos reflejados en Don Draper en algún momento de nuestra vida pasada. Todos nos hemos visto alguna vez diciéndonos a nosotros mismos «no, no lo hagas». Aún por un instante. Hemos tocado fondo. Hemos guardado vergonzante secreto. Hemos bordeado o traspasado la frontera de lo legal. Hemos actuado de forma egoísta. Hemos ignorado a alguien. Hemos hecho daño a alguien. Hemos sido mala gente… pero hemos contado con esa mágica capacidad de adaptación con la que cuentan las personas y hemos salido adelante, y hemos corregido defectos, y hemos aprendido a ser mejor personas, y nos hemos dicho «así sí, muy bien».
Si aún no has visto la serie, tal vez, tras leerme, sientas la necesidad de saber quién es Don Draper.
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