¿Te cuento la buena o la mala?

«Tengo que contarte una buena y una mala noticia. ¿Cuál quieres qué te cuente primero, la buena o la mala?» Más de una vez te han venido con esta cantinela  y seguro que has seguido el rollo a tu interlocutor pidiéndole «la buena» para así prepararte del claro disgusto que se te avecina, todo ello acompañado de un inquietante malestar, por donde tu partes traseras, que te impide el acomodo en tu silla. Y es que una vez escuchada «la mala», ya depende de cómo nos pille el cuerpo, la reacción que tengamos.

Lógicamente la mayoría de nosotros, personas adultas y formadas, conocedores de la importancia de la escucha activa, mantendremos la calma, sonreiremos cual estatua de Buda feliz, adoptaremos una posición positiva, no buscaremos culpables, no cargaremos contra el correo de «la mala» nueva y nos centraremos la búsqueda de la mejor solución… ¡los cojones!

Esas personas adultas y formales que somos, con raciocinio y plenas facultades, pueden experimentar una gran paz interior en pleno atasco en la autovía sin necesidad de mentar a la madre del que se ha puesto hacer obras en plena hora punta; pueden ceder el paso cortésmente al del bemeuve que, pegado a ellos por detrás, les da las luces con insistencia; pueden agradecer a un benemérito empleado que les hayan multado por exceso de velocidad en 5 kilómetros por encima del límite porque con su actuación ejemplar ha contribuido a la concienciación y divulgación de la bella materia que es la Seguridad Vial.

Pero si algo bueno tienen las personas adultas y formales es su buena educación y su enorme capacidad para mantener la compostura en situaciones difíciles. Que en un domingo de agosto a mediodía se les cuelan en la cola para comprar un pollo asado, sonríen al otro por su iniciativa, frescura y desenfadado. Que descubren que el vecino les roba la señal del wifi de casa, pues felicitan al vecino tan pronto se lo cruzan en la calle por su capacidad de innovación y creatividad.

Extraño caso es el de aquel, que ante un enfado, acaba dando un golpe en la mesa. Y sorprendente es el de aquel, que frustrado, pega un grito (o dos). Paradójico el de aquel que mienta a un familiar de una tercera persona vinculándolo con el mundo de los clubes de luces de colores. Otro rara avis es aquel al que cuando le cuentan «la mala» noticia se enfrasca en la fútil búsqueda de cabezas que cortar, aún siendo su cabeza la primera que debería rodar por la cubierta del barco. En definitiva, todo un sin fin de esperpénticas situaciones provocadas por personas dignas de acabar tuteladas por el «Hermano Mayor», difíciles de observar en entornos formados por personas adultas y formales.

Tu y yo somos gente adulta y formal. Nunca nos hemos esturreado por escuchar lo que no queremos escuchar y de buen seguro que nadie nos verá perder los papeles en la vida, que eso es de gente común, del vulgo, de la plebe. Así que te dejo reflexionando y me despido, atentamente, pues me voy a invitar a mi espléndido vecino, que siempre me regala estupendos ratos al compartir conmigo con su música hardcore techno (pese a vivir al otro lado de la calle),  a un estupendo viaje para amantes de las deposiciones de vaca. Ph dixit.