No me gusta en qué se está convirtiendo el mundo. Ya no es por esta maldita crisis, la cual pasará antes o después, como tantas otras pasaron antes, sino porque cada vez las personas nos estamos volviendo más egoistas. Nos preocupamos en demasía en acumular dinero para poder adquirir productos de última moda. Nos preocupamos por desarrollar una ambiciosa carrera profesional que nos encumbre a lo más alto. Nos preocupamos por ser aceptados socialmente, por el qué dirán o por lo que han dicho. Pero no nos preocupamos de las personas.
Pasamos ante un mendigo pidiendo, sentado en el suelo, y no nos sobrecogemos al verlo. Vemos a dos personas pelearse y pasamos de largo para no inmiscuirnos. El vecino pierde la casa y estamos seguros de que ha vivido por encima de sus posibilidades. La televisión nos bombardea con sobrecogedoras imágenes de hambrunas en África, y si nos conmueve tan sólo un ápice, cambiamos a Salvamé, que las desgracias de la Esteban es lo que de verdad nos preocupa.
Y si las personas preocupan poco, cuando llegan a viejas preocupan menos: que se lo cuenten al lumbrera de Taro Aso, el actual ministro de Economía de Japón (sí, los japoneses también tienen lumbreras), que durante una reunión de su Consejo Nacional sobre la reforma de la Seguridad Social soltó por su boca que «Dios no quiera que ustedes se vean obligados a vivir cuando quieran morir. Yo me despertaría sintiéndome mal sabiendo que todo [el tratamiento] está pagado por el Gobierno» y que «el problema no se resolverá a menos que ustedes se den prisa en morir». Todo un tio sensible. Qué majo el Sr. Aso. Preocupado por el contribuyente. Con menos viejos, pagamos menos impuestos.
Las palabras de este político japones parecen que han causado gran polémica, en primer lugar porque es un país que cuenta con una población donde casi una cuarta parte de sus 128 millones de habitantes son mayores de 60 años, y en segundo lugar porque en la cultura oriental está muy arraigado el respeto a los mayores. En cambio a mí, más que causarme espanto o llevarme a rasgar mis vestiduras en plan «progre-cool», sólo me han llevado a valorar aún más el respeto para con los mayores. Que ellos nos han cuidado, nos han transmitido sus conocimientos y sus valores, nos han dado momentos buenos y mejores… ¡¡¡que a más de uno nuestros abuelos nos han regalado calcetines y calzoncillos en Navidad!!!… ¿cómo no valorarlos?
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